No es novedad que Pablo Giulietti sea un músico tan visual como sonoro. Sus canciones se encuentran entre las más evocativas de la ciudad, siempre construyendo imágenes nítidas en la imaginación de quienes lo escuchan. Y “No parece una catástrofe aunque lo sea” es un capítulo más en esta serie.

La fórmula no tiene elementos secretos y sus ingredientes parecen lo suficientemente accesibles como para que cualquiera lo intente: una guitarra, una voz, un viejo piano y una colección de sonidos encontrados. Pero el resultado es transformador, una secuencia de canciones con olor a polvillo acumulado sobre una pila de vinilos perdidos en algún altillo. “No Parece una catástrofe” es un disco que quiere ser cassette, que sueña con ser escuchado junto al chirrido de la cinta girando.

Y si genera imágenes, aquí va una: una habitación apenas iluminada por una lámpara, cubierta por montañas de libros. En el centro nuestro protagonista, un hombre de unos 60 años, agotado pero obsesionado, quien hojea y descarta libro tras libro en una ya desesperada búsqueda de alguna pista que lo ayude a encontrarle un sentido a las grandes, y fundamentalmente a las pequeñas, catástrofes de su vida.

Y si genera sentimientos, el más fuerte es una melancolía preventiva por lo que estamos a punto de perder, como si todas las catástrofes del pasado nos estuviesen preparando para el gran golpe final. Suena a derrota de la humanidad, sí, pero con un guiño optimista. Quizá la catástrofe sea lo que necesitamos para despertar, quizá un puñado de canciones nos ayude a empatizar. Si el apocalispsis llegara mañana, este es el disco en el cual invertir las últimas pilas del walkman.

(Martín Parola)