Otra vez la melancolía. Desde el título, desde las letras, desde las melodías, desde la primer nota hasta el último ciclo de reverb. Pero no es una melancolía premasticada, de esa que encontramos en las góndolas musicales como si fuese un paquete de chizitos, porque Giulietti camina por la vereda de enfrente del pop liviano. Lo suyo es pop de alta densidad, macizo, que sorprendentemente a veces va de la mano con un minimalismo que nunca suena despojado.

El hambre de experimentación de Pablo Giulietti es un hambre de sobremesa. Ya saciado con una cena saludable de composición pop, se permite arriesgar con el postre y lo hace en forma de estructuras de lo más variadas. Ante cada track no sabemos si nos encontraremos con una canción, un fragmento de audio, un boceto o un experimento. Pero si hay una constante son los sonidos fantasmales, desde pianos perdidos en el tiempo a coros de ultratumba que parecen invitarnos a un fogón en el cementerio, y brindar por nuestra propia muerte.

Hacía tiempo que esperábamos un disco rosarino que logre canalizar el espíritu sesentero de la ciudad sin dejar de sonar fresco. Pretendíamos también escuchar la pasión de los cantautores forjados en los 70s sin perder el tono de desencanto de los 80s más crudos. Aquí están presentes también los 90s, recortados por un vistazo a la vida suburbana. "Todo Eso Que Nunca Vuelve" tiene fecha del 2015, pero pudo haber nacido en cualquiera de las décadas anteriores.

Texto: Martín Parola