“Formamos un nuevo pacto de eslabones dorados”, entona la voz aterciopelada de Josi Mai en algún punto de Ojos Cuadrados, antes de ser acompañada por punteos de guitarra y líneas de teclado. Instancia lírica reluciente, pero también síntesis del modus operandi de Mi Nave: todo vestigio de verticalismo se disipa, y las identidades individuales se desvanecen en el mimetismo orgánico que el proyecto demanda. Los talentos de Feli, Andrés, Martín, Josi y Ale se entregan al servicio de algo mayor e inconmensurable: el reflejo de las estrellas en la gota de lluvia. A lo largo de las nueve canciones que componen Ojos Cuadrados, cada elemento parece caer en su lugar indicado, permitiendo el espacio necesario, y la confluencia de todo sigue su único rumbo lógico, sin por eso devenir en lo predecible. Se trata, entonces, de una banda aptamente titulada: vehículo para explorar las posibilidades del sonido, pero también las posibilidades de la introspección. Su tripulación es inteligente. Entiende a la emoción humana como un espectro a navegar, más que un binarismo al que sucumbir. Ojos Cuadrados induce ese estado: su imaginario está poblado por micro-relatos sobre tendencias caóticas y alienación, pero propone la melancolía como liberación y propulsión. No es romanticismo irresponsable: es tristeza vital, de la cual rezuma, finalmente, belleza.

(Bartolomé Armentano)

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